viernes, 6 de enero de 2012

"EL DESGOBIERNO DE LA SALUD"



(Artículo de Lluís Duch y Albert Chillón publicado el 6 de enero de 2012 en las páginas de Opinión de La Vanguardia)

 
           
            Habituados a ser usuarios de un sistema público de salud universal, de calidad y gratuita, cada vez más ciudadanos temen hoy caer enfermos y no ser debidamente atendidos. Y no les faltan razones para estar asustados. El Govern presidido por Artur Mas ya ha empezado a trocear en "pequeñas empresas públicas" participadas por el capital privado el Instituto Catalán de la Salud (ICS), presentado hasta anteayer como la alhaja del Estado del Bienestar catalán. Y en el año transcurrido desde que se hizo con las riendas del poder ha suprimido numerosos ambulatorios, ambulancias y camas; aumentado en más de un 20% las listas de espera; eliminado entre el 30% y el 40% de las intervenciones quirúrgicas; y amedrentado al colectivo médico y sanitario, sometido a reducciones de sueldo y plantillas, y a condiciones de trabajo cada vez más abruptas.  Entre tanto –como es y será de esperar– proliferan las denuncias de particulares que vinculan fallecimientos de familiares con semejante amputación, tan amenazante que está impulsando la contratación de pólizas privadas. Y el 25 de octubre pasado, justo en mitad de la vorágine, el conseller de Salut de la Generalitat, Boi Ruiz, proclamó de viva voz su ideario: la salud "es un bien privado que depende de cada ciudadano y no del Estado"; los pacientes son responsables exclusivos de su enfermedad; y "no hay", en definitiva, "un derecho a la salud porque ésta depende del código genético de la persona, de sus antecedentes familiares y de sus hábitos". Acabáramos.

            Las iniciativas y declaraciones de Ruiz –ex presidente de la patronal de la sanidad privada concertada– revelan un extremismo neoliberal cuya simpleza resultaría caricaturesca de no ser siniestra:  la salud pasa por ser un "bien privado", y por tanto una mercancía cuyo valor de cambio depende del poder de compra de cada sujeto.  Tal postura delata, como es notorio, una noción elitista, deshumanizadora y economicista de la res publica, un sofisticado fanatismo dispuesto a sacrificar los valores y fines públicos en el altar del Mercado.  Y ello a pesar de que Ruiz y el bipartito al que se debe forman parte de una tradición sociopolítica que se atribuye presuntas raíces cristianas.  

            Si nos atenemos al "Por sus frutos los conoceréis", del evangelista Mateo, la realidad se revela muy otra, sin embargo.  Los frutos, acciones y omisiones de Ruiz –y de tantos tecnócratas que asuelan la gobernanza democrática– atentan contra la médula del mensaje cristiano, basado en la exhortación a la compasión, la fraternidad y la solidaridad, y en la conjugación de lo personal y lo comunitario. Obcecado por una mística de la rentabilidad que le impide advertir hasta qué punto los muy privados desmanes del capital financiero han perpetrado esta crisis, él y su Govern olvidan que el ser humano posee una doble condición natural y cultural, es decir, biológica y social a un tiempo. Y que su salud, por consiguiente, mejora o empeora en función de las circunstancias sociales en que transcurre su vida, además de depender de su dotación genética, hábitos y accidentes. Lejos de ser neutras, las ideologías y praxis políticas tienen el poder de promover el bienestar y el malestar de los ciudadanos, que solo pueden ejercer su libre albedrío si quienes gobiernan promueven contextos y entornos con la responsabilidad que les corresponde.

            Desde sus inicios hasta la hora presente, el capitalismo ha propiciado el enfermamiento físico y psíquico de quienes sufren más su dominio. Las causas hay que buscarlas en las draconianas condiciones de sus cadenas y ritmos de trabajo, basadas en la maximización del beneficio a costa de la conversión de los asalariados en cosas y mercancías. En su producción estructural de la pobreza y la miseria, consonante con su endémica degradación y expolio de la biosfera. O en la generalizada ansiedad –y el socavamiento de la personalidad– que la marginación, el hacinamiento y la precarización de crecientes sectores de la población propician.

            A lomos de la ideología neoliberal, cuyo galope agosta las democracias, el hipercapitalismo se distingue por socializar las pérdidas a costa de las clases medias y sobre todo de las subalternas, y por privatizar las ganancias en casi exclusivo beneficio de las élites del poder, hoy mucho más concurridas que antaño.  Embaucadas desde los años 90 por un espejismo de riqueza que las hizo cómplices del desafuero especulativo, las mayorías menesterosas pagan ahora la más gravosa factura de esta crisis, incluido el venal desmontaje de los sistemas de salud públicos.  Y cargan, además, con el coste físico y psíquico de un sistema de dominio basado en la deliberada explotación de la precariedad y el miedo. Cada vez más, las personas son tratadas como náufragos dejados a su suerte, mientras aumenta a ojos vista la desigualdad en la distribución de la riqueza, como no ha dejado de hacer en los últimos treinta años. Y mientras cunde, así mismo, ese "sálvese quien pueda" que resume la deriva reaccionaria del Govern presidido por Artur Mas, cuya pulsión neoliberal se aparta del ideario socialcristiano de su mentor, Jordi Pujol, y alienta políticas que atentan contra el espíritu del Cristianismo, contra la ética y los principios de la justicia y, en suma, contra la herencia del Humanismo entero.

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