viernes, 23 de noviembre de 2012

LA GRAN IMPOSTURA


(Artículo de Lluís Duch y Albert Chillón publicado el jueves, 22 de noviembre de 2012 en La Vanguardia)




             
            El ominoso trance que vivimos tiene, entre otros efectos, el de propiciar todo tipo de espejismos de liberación, fantasmas de plenitud e ilusorias salidas.  La algarabía política y mediática, sin embargo, tiende a ocultar que uno de los aspectos clave de la presente coyuntura es el agotamiento del estado-nación, incapaz de resolver la tensión entre la globalización centrífuga y el localismo centrípeto. Aunque esta constatación es aplicable al vigente estado-nación español, no cabe duda de que también lo sería a un posible estado-nación catalán, amparadores ambos de un neocapitalismo generador de pobreza y humillación para demasiados ciudadanos.
            Urge abrir los ojos en la niebla, porque los presentes males amenazan ser un pálido augurio de los que la general ceguera puede precipitar. Y recordar, además, que no atravesamos una simple depresión cíclica tras la que se recuperará la perdida prosperidad, sino una reorganización planetaria del poder económico y financiero que está precarizando a las clases medias y menesterosas de Occidente, y minando las formas políticas de inspiración democrática que desde 1945 han atemperado la tendencia del capitalismo a extremar la explotación de los colectivos más débiles, así como el suicida expolio –y aquí sí cabe usar el término– del medio ambiente.  
           Nuestro país se halla en el vórtice de la Gran Depresión, huelga decirlo, mientras la ciudadanía manotea a ciegas en la bruma, a semejanza de esos zombies alelados que saturan las pantallas.  A la quiebra económica, social y política en curso se añade otra de carácter cultural y espiritual, casi inadvertida, que desarma la razón y el juicio de los individuos justo cuando más precisan orientarse.  El sarcasmo es sangrante, y no faltarán quienes lo celebren: durante las últimas décadas, la prosperidad y la moderación de la desigualdad promovida por el Estado del Bienestar alentaron el individualismo y el consumismo a ultranza, así como la desafiliación y la inhibición respecto de la res publica.  Hijas de la escasez, las utopías emancipadoras de la Modernidad empezaron a antojarse obsoletas ya desde los años sesenta, en el albor de la postmodernidad. Y, tras el derrumbe del sistema soviético, la apoteosis del capitalismo desregulado embriagó a demasiados sujetos, persuadidos de que no era menester buscar la utopía futura porque, presuntamente, el crecimiento y la tecnología la habrían consumado.  Hasta el estallido de la debacle, en 2007, la historia parecía haber llegado a su fin –lucha de clases incluida– gracias a un capitalismo ufano que, al decir de los ideólogos neocon, habría hecho presente al fin, ahora y aquí, el único y mejor de los mundos posibles.
           La presente quiebra se conjuga, pues, con la desorientación ideológica y el desarme espiritual, y con un eclipse del ideario humanista e ilustrado que favorece todo tipo de embaucos y demagogias, que los populismos y sus mesías explotan sin escrúpulos. Tan extendida es la confusión que no cabe esperar ninguna verdadera solución de ella –ni mágica, ni local, ni a medio plazo–, sino el agravamiento de un trastorno cuya principal fuente es la ceguera cultural y moral, precisamente.  Máxime cuando ésta es fomentada por buena parte de los pilares del establecimiento dominante –gobiernos, partidos, sindicatos, medios de información–, cómplices en la orquestación de la gran impostura en acto: un discurso único y fraudulento que no solo ofusca a los más humillados y ofendidos, sino que les impide actuar en consecuencia. 
            La gran impostura que denunciamos presenta la “crisis” como una inapelable realidad que solo admite un género de medidas de creciente y draconiana crueldad, siempre a expensas del sistema público y de las clases desposeídas o en trance de serlo.  El discurso y los procederes dominantes omiten el hecho –fundamental– de que la apropiación legalizada pero ilegítima y canallesca de la riqueza colectiva es la causa principal del desastre que nos aflige. El flagrante aumento de la desigualdad y de la polarización social se debe al incuestionado imperio de una clase dominante de nuevo cuño que ha medrado al abrigo de la globalización, una sofisticada y tecnocrática tiranía –apenas visible y casi por completo impune– que maneja la fraseología y la ritualidad democrática para dar pábulo a sus desmanes. He aquí los monumentales desfalcos de Bankia o de Catalunya Caixa para demostrarlo. Y el desmantelamiento del ámbito público que todos los gobiernos practican y legitiman, a costa de quienes menos pueden y tienen.  Y las políticas serviles con que los dirigentes y sus acólitos rinden pleitesía  a sus inmunes rectores.
            Destacada expresión –entre otras– de esa fenomenal impostura, la cabalgada hacia la independencia en curso explota los miedos, anhelos y necesidades de la cada día más depauperada sociedad civil para armar un seductor imaginario de transformación colectiva, sin duda legítimo aunque falsamente alternativo.  Porque no es la independencia respecto del vigente estado-nación lo que debería concitar su afán, sino la independencia respecto del desaforado capitalismo que está causando la ruina y la indefensión de los ciudadanos.  La independencia, en suma, del sistema de dominación que las élites estatalistas –españolas y catalanas– minuciosamente encubren.

1 comentario:

  1. IiIMPOSTURA, es la palabra que constantenete me asalta cuando leo,veo,escucho las declaraciones y arengas de tanto actor social,mediático,público.
    Gracias por estas magníficas y necesarias reflexiones. Un placer.

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