sábado, 3 de septiembre de 2011

Rentrée



(Publicado por Albert Chillón)  


Llega la llamada rentrée, y con ella un alud de malas noticias que tornan más sombrío si cabe el panorama, y hacen trizas la esperanza ilusa ––es decir, infundada–– en una recuperación de la economía, más basada en el pseudopensamiento mágico que en sólidas razones. Poner ojos y oídos a los medios de información es llorar, y sin embargo no queda otra que hacerlo para obtener vislumbres de lo que acontece, aunque sean borrosos y tentativos.  Esta es, ya no cabe la menor duda, la mayor y más peligrosa y amenazante crisis desde el final de la Segunda Guerra mundial, y su evolución no lleva traza de tocar fondo mientras los pasajeros del transatlántico nos distraemos con golosinas audiovisuales, cortinas de humo e ídolos del tiempo.  Una masa creciente y crecientemente enfebrecida eleva el fútbol a los altares,  obsceno negocio que mueve cifras astronómicas, como si no cupiera mayor interés y placer que contemplar las banales cabriolas de cueros y empeines; adora cálices patrióticos e identitarios creyendo perseguir esencias incontaminadas y puras, supuestos horizontes de liberación tras los que aguardaría una idílica nación unísona y unánime, desembarazada de opresiones y dominios; pugna por afirmar fes y dogmas indiscutibles contra toda pregunta, relativismo y duda; jalea los variopintos populismos y demagogias que buena parte de la casta política y de la partitocracia promueven; o entretiene sus ocios y negocios con más fervores embrutecedores que diversión renovadora y genuina.  Y mientras todo eso sucede los verdaderos poderes del mundo van consumando sus intereses en la estricta sombra, lejos de los focos y ajenos a toda legalidad, literalmente irresponsables.

Incluso la palabra 'crisis', tan difícil de evitar al hablar de lo que ocurre, forma parte de la general impostura, ya que otorga un sesgo cuasi meteorológico, una cualidad de acaecimiento natural y en el fondo ajeno a los humanos designios a un proceso de implacable y sistemático desmantelamiento del mundo ––del Occidente, quiero decir–– que hemos conocido desde 1945.   Las ya lejanas presidencias de Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los años ochenta del pasado siglo; la nunca suficientemente lamentada debacle de la utopía socialista que resume la Caída del Muro de Berlín; y sobre todo el pensamiento neocon fraguado en los aledaños de la presidencia de la dinastía Bush ––tan presente hoy en nuestros pagos, tanto en el PP y su FAES como en el infame neoliberalismo puro y duro que está poniendo en práctica el patriótico gobierno de CiU–– están en el origen del presente tsunami que, por bautizarlo de algún modo impreciso pero elocuente, llamaremos neorreaccionario e hipercapitalista.  De entrada, puede afirmarse que es el entero Estado del Bienestar lo que está siendo minuciosamente socavado bajo los auspicios de un perverso y pervertidor pensamiento único; con él van desapareciendo los derechos y las conquistas sociales arduamente conquistadas por las clases subalternas de Occidente en su negociación con las clases dominantes del capitalismo.  Pero en seguida hay que añadir que lo que está siendo arruinado, con meticulosa deliberación a mi juicio, es el sin duda imperfecto, mejorable pero sin embargo imprescindible complejo sociopolítico que llamamos 'democracia', y con él la valiosa herencia ilustrada que la modernidad trabajosamente alumbró.


Mientras todo ello ocurre, la mayor parte de los ciudadanos tendemos a taparnos los ojos a semejanza de las criaturas, como si al hacerlo exorcizáramos la monstruosa amenaza que se alimenta de nuestra ceguera e inacción.  Pero conviene no olvidar que cuando los destapemos el dinosaurio seguirá todavía allí, sólo que más grande y agresivo todavía.  Hoy la cibercultura y sus medios ––Facebook mismo, sin ir más lejos–– proporcionan medios de ideación, expresión y comunicación potencialmente fecundos, pero hace falta emplearlos para razonar, preguntar, dudar y deliberar, y no tanto para exhibir intimidades impostadas o para alentar parloteos fútiles.  Tomados individualmente ––yo el primero–– apenas sabemos ni comprendemos nada, pero el ciberentorno permite la conexión y la recíproca fecundación de las multidudes críticas, creativas y activas, y la formulación de modos de pensar alternativos al desolador dogma que hoy reina.  Acabamos de volver del estío y constatamos que el dinosaurio todavía sigue aquí, más crecido y rugiente aun que hace unas semanas tan sólo.  Destapémonos los ojos. Obstinémenos en recelar, preguntar, dudar y pensar.  Utilicemos medios como éste para poner en solfa los entontecedores ídolos que imantan ––y convierten en mansos súbditos–– al grueso de los ciudadanos.  Por más que resulte arduo alumbrarlo, otro mundo es posible.































  









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